Hoy en día, todos tenemos a mano un dispositivo digital. Móviles, tabletas, ordenadores, equipos de telecomunicaciones, máquinas expendedoras, lavadoras… forman parte de nuestra cotidianeidad, sin embargo, su proliferación se ha convertido en un auténtico problema para el planeta.
Cada año se generan en el mundo cerca de 50 millones de toneladas de desechos electrónicos y eléctricos – según datos del Programa para el Medio Ambiente de Naciones Unidas-, lo que supera en peso a un monumento como la Gran Muralla China, con más de 21.000 kilómetros de longitud y considerado la construcción humana más pesada del mundo. Y esta cifra va en aumento. Se prevé que crezca hasta los 74,7 millones de toneladas en 2030 y que, en 2050, podría llegar a alcanzar los 120 millones de toneladas, según la ONU.
¿Qué ha provocado este aumento?
Las causas son evidentes. Los rápidos avances tecnológicos han apresurado también la obsolescencia tecnológica, provocando la reducción de la vida útil de los equipos y su sustitución por otros más modernos, cada vez con mayor frecuencia debido a su consumo masivo. También a las escasas opciones de reparación, según se apunta en la publicación “Observatorio mundial de los residuos electrónicos 2020”, elaborado por la Universidad de las Naciones Unidas (UNU)/Instituto de las Naciones Unidas para Formación Profesional e Investigaciones (UNITAR) – coorganizadores del programa SCYCLE, Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT) y Asociación Internacional de Residuos Sólidos. A esto hay que sumar la escasa tasa de reciclaje. Solo el 20% de estos residuos se recicla. Una situación cada vez más preocupante y que puede revertirse con la puesta en marcha de medidas que fomenten el consumo responsable y la economía circular, basada en el aprovechamiento de materiales de productos reciclados y en una menor dependencia de la extracción de recursos vírgenes.
En esta línea trabaja la ONU, que en su Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) 12 señala la necesidad de «garantizar modalidades de consumo y producción sostenibles» para lograr una gestión ecológicamente racional de este tipo de dispositivos durante su ciclo de vida.
Desde 2014, el número de países que han adoptado políticas, leyes o reglamentos nacionales en materia de residuos-e ha aumentado de 61 a 78. Sin embargo, los avances normativos en algunas regiones son lentos y su aplicación es deficiente, debido a una falta de inversiones y de motivación.
En cifras: basura electrónica en los 5 continentes
Asía, con 24,9 Mt, es el continente que más basura electrónica genera, seguido por América (13 Mt), Europa (12 Mt), África (2,9Mt) y Oceanía (0,7 Mt), según datos del “Observatorio mundial de los residuos electrónicos 2020”. Sin embargo, Europa lidera el ranking de generación de residuos-e per cápita con 16,2 kg por persona. ¿Y España? Se estima que cada persona produce una media de 17 kilos de chatarra tecnológica al año.
Los residuos electrónicos: una apuesta de valor
Los aparatos tecnológicos albergan numerosos elementos peligrosos, tóxicos y altamente contaminantes como el plomo, el mercurio o el amonio, perjudiciales para la salud y el medio ambiente. Ejemplo de ello es el caso de un simple televisor con poder para contaminar hasta 80.000 litros de agua o el de un metal pesado como cadmio, que puede provocar alteraciones en la reproducción e incluso llegar a provocar infertilidad.
Sin embargo, no todo es negativo. En la basura electrónica puede encontrarse una gran variedad de materiales (oro, plata, cobre, platino, hiero, aluminio…) y plásticos valiosos, y lo positivo es que, la mayoría, pueden reciclarse, evitando la extracción de nuevos suministros. De hecho, se estima que podrían ser una fuente de riqueza, si se desechasen de la forma adecuada, ya que se calcula que el valor de las materias primas contenidas en los residuos-e generados puede superar los 57.000 millones de dólares. En esta línea apunta un estudio publicado en 2019 por la revista Environmental Science & Technology, en el que se señala que es 13 veces más caro extraer los minerales de yacimientos naturales que recuperarlos a partir de desechos tecnológicos para fabricar nuevos dispositivos. Los datos hablan por si solos. Un millón de teléfonos móviles lleva incrustados 24 kilos de oro, 16.000 de cobre, 350 de plata y 14 de paladio.
Además, con cada tonelada de RAEE reciclada se evitaría alrededor de 2 toneladas de emisiones de CO2. Un dato importante si tenemos en cuenta que, si la infraestructura digital fuera un país, ocuparía el cuarto lugar en la lista de las naciones más contaminantes del planeta por emisiones CO2, según se desprende de “Depredadores digitales”, el primer libro que profundiza en la naturaleza de la huella de carbono de la industria digital.
En este sentido, tanto la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT) como la ONU se han marcado como objetivo aumentar el porcentaje global de reciclado al 30% y llegar al 50% en aquellos países con legislación sobre residuos electrónicos.
La tecnología y la digitalización son fundamentales para avanzar hacia una sociedad más sostenible y accesible, pero también para alcanzar la tan ansiada descarbonización. En nuestras manos está impulsar un consumo responsable y la puesta en marcha de productos respetuosos con el medio ambiente.